domingo, 19 de julio de 2015

Un relato (largo) diferente


Cuando leí este tablero esta mañana o ayer no vi la palabra niños, no la vi para nada, pero comenzaron a agolparse en mi mente todas las palabras que quería escribir en esta columna. Yo tomé un curso de cuentacuentos durante dos años y  les voy a contar todo lo que me enseñaron los cuentos como adulto.

Como dice el tablero, aprender a contar cuentos ayuda a desarrollar el lenguaje, y para llevar agua a mi molino de coach, como somos seres lingüísticos los cuentos nos permiten  observar las palabras que usamos, las que elegimos, el lugar desde donde contamos, las que nos cuestan mucho o poco. Un cuento estimula tu fantasía porque cuando lo preparamos, entramos en otro mundo, nos alejamos un poco del propio –que va perdiendo importancia, para meternos en ese mundo del cuento con lo propio. Trabajar con la memoria también nos saca de nuestro relato actual, de lo que “nos” estamos contando en ese momento que vamos a la clase. Lo que sabemos de nosotros es también un cuento, es nuestra historia y nosotros somos el personaje central. ¿Qué palabras estamos eligiendo para contarla? ¿Y qué pasa con la expresión, con el cuerpo? Nuestra pequeña clase fue el escenario obligado para probar expresiones, emociones, corporalidades; verlas en los compañeros o escuchar cómo nos ven en las devoluciones. Un cuento nos ayuda a revisar la corporalidad despacito y en un espacio de confianza, mientras contamos con toda la vergüenza o con toda la pasión. ¿Tendremos la misma corporalidad en nuestra vida diaria? ¿Qué pasa con las devoluciones u opiniones de los demás? Otra vez, ¿alguna semejanza con la vida diaria?

Todo este ejercicio nos permite tomar una buena perspectiva y ver otras posibilidades mientras se va “haciendo más lugar” en nuestra atribulada (a veces) mente.

Si no saben qué hacer, si no encuentran un curso que los apasione, si necesitan alguna forma de expresión y como yo, todavía no pueden con el teatro, elijan un curso de narración oral. ¿Por qué? Porque contar cuentos también nos va a ayudar a contar nuestra propia historia. Hay “contadoras” en todas las localidades, solo hace falta “echar a rodar la palabra” para que aparezcan.

Este es mi humildísimo homenaje a mis maestras, Viviana García y Elisa Vázquez de La Manzana de las Luces y al impresionante puñado de compañeras y amigas que conseguí que me mostraron todos mis costados –reales e imaginarios.


Si somos adultos más integrados, quizá podamos contarnos mejores historias y por supuesto podremos contar mejores cuentos a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros amigos. 

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